El Límite, páginas 27-35
Había sido difícil
sincronizar el tiempo y el espacio pero finalmente se había conseguido. Era
posible viajar a otro tiempo de un espacio en concreto, con un margen de error
mínimo y en el peor de los casos, imperceptible. En realidad, eso era lo que
más me preocupaba. Si había un desfase demasiado amplio, podría aparecer a unos
metros por encima del suelo o debajo de él, lo cual tendría la desastrosa
consecuencia esperable para mi salud. Para ello era obvio que se requería del
conocimiento sobre la posición de la Tierra en el espacio, la geografía y el
terreno de destino en el momento de destino. Sin embargo, aún existía otro
problema teórico que seguía siendo una incógnita, el mayor de los enigmas. Las
paradojas. Se habían escrito miles de historias acerca de ellas y desde siempre
habían sido una de las razones más importantes que llevaron a la mayoría de los
científicos a convencerse de la imposibilidad de los viajes temporales. Se
llegó a pensar incluso que los continuos intentos fallidos de los primeros
viajes al pasado se debían precisamente a ellas.
-Ese era un campo
nuevo de investigación y todavía no conocíamos las leyes que lo regían. Aunque
se había probado el experimento temporal con fotones e incluso con objetos,
desconocíamos las repercusiones de cambiar el pasado. De enviar un ser humano,
me refiero.
-¿Y esas pruebas
tuvieron éxito alguna vez?
-Claro, algunas
tuvieron éxito.
-No eran pruebas
repetibles, entonces.
-Bueno. Puede
resultar extraño, pero aquellos primeros experimentos solo funcionaban
únicamente cuando el resultado se obtenía en el momento en que habían sido
realizados y no antes. Es decir, solo había constancia de que había sucedido el
viaje temporal si no habían testigos directos que lo hubieran presenciado. El
registro de una máquina era la única prueba válida que se tenía, y se
averiguaba a posteriori. Aunque, hay una historia curiosa al respecto.
-Adelante.
Explíquenos.
-Sucedió en nuestro
laboratorio, unos años antes de que me incorporara al equipo. Por supuesto no
está demostrado, pero se dice que en una ocasión, un técnico que trabajaba en
el primer transformador dimensional encontró de improviso una taza sobre el
receptor temporal que evidentemente no
debía estar ahí. Supuso que podría ser peligroso así que la retiró y la dejó
sobre una mesa. Al día siguiente uno de los estudiantes la vio y la cogió para
usarla en una prueba de transporte al pasado. Y sorprendentemente lo consiguió.
La hizo desaparecer, sin que quedara rastro alguno de ella.
-¿Desapareció?
-Bueno, en realidad
la taza no había desaparecido, seguía en el sitio pero del día anterior, y
sería la que el técnico encontraría luego o antes, ya me entiende. Así que sin
saberlo, ambos habían creado un bucle temporal para la taza. Y nunca la
pudieron recuperar.
-¿Nunca la
recuperaron?
-No. Evidentemente
no la encontraron jamás porque se había quedado encerrada en el tiempo. La
llamaron prueba 87 por el número de intentos realizados previamente, antes de
aquel aparente éxito. Pero después de ese no hubo ningún otro resultado
concluyente. Todos los objetos enviados al pasado se desintegraban
misteriosamente.
-Quiere decir que
explotaban.
-Más bien podría
decirse que estallaban. Al fin y al cabo todo parecía seguir una secuencia
temporal lógica. Cuando se fijaban en si aparecía o no un objeto de la nada y
eso no sucedía, debía ser porque de alguna forma, al realizarse el experimento
ocurría algún problema o algo que impedía que funcionara.
-Es extraño. Y sin
embargo, dice que el experimento solo tenía éxito cuando nadie lo controlaba.
-Bueno, en cierto
modo, también eso es muy coherente.
-¿Por qué lo dice?
-Verá, es muy
sencillo. Imagínese que se sigue meticulosamente una de esas pruebas y se
consigue enviar cualquier objeto unos minutos al pasado, este aparecería de la nada
en ese tiempo, unos minutos antes de enviarlo, ¿no cree?
-Supongo. Claro.
-Pues bien, esa
aparición supondría que por obligación alguien debería recoger ese mismo objeto
y enviarlo al pasado, tras el mismo tiempo del intervalo del viaje temporal. El
sujeto responsable debe hacer algo por destino propio, lo cual es incompatible
con la teoría temporal. Y se crearía entonces una situación de paradoja
probable. Bien es cierto, sin embargo, que la prueba 87 resultó una clara
excepción a la regla aunque también es verdad que nadie pudo explicarla. Y
precisamente por esa misma razón, muchos no la creyeron.
-Espere un segundo.
Aclárenos lo de paradoja probable.
-Bueno, me refiero
a que se abriría la posibilidad de que por cualquier razón pueda no suceder el
viaje tras haber sucedido ya. Eso supondría una paradoja, y una paradoja es
imposible por definición. Por lo tanto, la posibilidad de ese hecho no podría
existir. Como consecuencia, controlando el experimento, el viaje temporal no
ocurría.
-O sea, más o menos
viene a decir que lo imposible no puede tener ninguna probabilidad de que
ocurra.
-Sí, Así es. Y eso
se traduce en que la única alternativa de que fuera factible un viaje al pasado
sería de forma que no hubiese ningún testigo presencial del evento hasta que ya
hubiera sucedido. Esa era nuestra conclusión, al menos en un principio. Lo cual
al mismo tiempo recalcaba que el destino no podía existir y por lo tanto que el
futuro no estaría predeterminado. Y en cierta manera, se corroboraba también la
idea de que el tiempo podría modificarse. Pues según la teoría temporal, nada
puede estar predeterminado a suceder.
-Espere un segundo.
Lo siento pero no consigo comprenderlo del todo bien. En realidad está diciendo
que los viajes temporales solo pueden suceder si el transcurso de los
acontecimientos pasados no se ve alterado con el viaje. ¿Cómo diablos
pretendían entonces cambiar la historia?
-Se equivoca. No he
dicho eso exactamente.
-¿Qué quiere decir
entonces?
-Quiero decir que
los acontecimientos pasados pueden alterarse siempre que dichos cambios queden
desapercibidos. Esa es la única condición para que algo así ocurra, esas eran
al menos nuestras conclusiones teóricas. Piense que ningún acontecimiento puede
ser motivo de sospecha de un cambio de rumbo en la historia cuando en verdad
dicho rumbo es una auténtica incógnita.
-Pero no es una
incógnita cuando ya ha pasado. Así que según usted, de todas maneras, el
transcurso de la historia no se podría cambiar. ¿O acaso insinúa que tras el
cambio temporal toda la historia posterior a partir de ese momento en realidad
todavía no ha sucedido?
-Bueno, ¿qué creía
que era un cambio en la historia sino precisamente eso?
-Se está
contradiciendo, John.
-No, no es cierto.
-Veamos, algo que
sucede pero no sucede no puede ser, como bien ha indicado antes. Tiene que
admitir que es totalmente paradójico.
-Nosotros mismos
supusimos eso. Pero nuestro planteamiento era equivocando, no en el fondo, sino
solamente en la forma. En el punto de vista del problema. Todas nuestras
conjeturas se basaban en la idea de que existía una línea temporal estable e
imperecedera, y ahí estaba el error. Entonces nuestro trabajo comenzó a tomar
otro rumbo, basándonos en otra hipótesis. Concluimos finalmente que no debía
existir un solo transcurso de los acontecimientos. Que podían haber más. La
física teórica ya admitía esa posibilidad desde hacía décadas. Así pues,
la generación de bucles sería debida a
cambios en el tiempo en una misma secuencia temporal. Un cambio por un viaje al
pasado haría que el futuro anterior, dejara de suceder. Pero también podría
cambiarse la historia de otro modo.
-¿De otro modo?,
¿de qué modo?
-Generándose otra
secuencia distinta. Otra línea temporal paralela o alternativa.
-¿Así que sugiere
que ahora mismo está usted viviendo en otra línea temporal distinta de la que
partió?
-Por supuesto. No
es tan difícil de entender.
-Bien..., vaya, he
de reconocer que es una teoría bastante elaborada, John. No muy original pero
bastante elaborada, no puedo negarlo. Verá John, debe tener claro que esto no
consiste en creer o no en lo que usted nos diga. Se trata de que demuestre lo
que dice. Pero, prosiga, no discutiremos esto ahora, ¿qué ocurrió entonces tras
los experimentos fallidos?
-Tras aquello, la
investigación se centró únicamente en los viajes al futuro ya que el éxito de
esos experimentos ascendía al noventa y siete por ciento.
Estamos hablando ya
de cuando me incorporé al equipo. Debían probar directamente conmigo. Sabíamos perfectamente
que lo que podía sucederme era una auténtica incógnita. Así como las posibles
repercusiones en la historia que el viaje podría provocar. Y estas dos únicas
razones fueron suficientes como para temer la prohibición de los experimentos
por parte del gobierno tan pronto como se enterase. Además de ello, admitir el
proyecto suponía declarar nuestro destino y resultaba imposible prever las
repercusiones que ello podía causar. Podía resultar peligroso, y una crisis
social era lo peor que podía ocurrir. Así pues, se llegó a la conclusión de que
la situación debía estar plenamente bajo control en todo momento. Y por lo
tanto, nuestras actividades debían quedar totalmente desapercibidas el mayor
tiempo posible. Se decidió mantener entonces el descubrimiento totalmente en
secreto para continuar con la misión. El éxito del proyecto dependía en parte
de mantener una absoluta confidencialidad.
Les había costado bastante ocultar el
proyecto a los ciudadanos y al resto de la comunidad científica. Aunque el gobierno
se dio cuenta poco más tarde, lo habían logrado. Y espléndidamente. La noticia
no se difundió.
-Pero sin embargo, acaba de decir que el
gobierno se había enterado de lo que pretendíais llevar a cabo.
-Sí, aunque inesperadamente, en un
principio decidió apoyar la empresa, y a partir de entonces, George Stiward
fundó el Consejo, el cual, con la colaboración confidencial de las autoridades
llevaría el proyecto a término.
-Un momento, ¿ha dicho usted, George
Stiward? En el informe aparece solamente como Stiward. No me dirá ahora que se
refiere al actual alcalde de Detroit, ¿no?
-Efectivamente.
-Vaya, es..., sorprendente. Tal vez
podríamos tomarle como testigo entonces.
-Dudo que eso sirva de nada, pues nadie es
testigo del futuro excepto si provino de éste, y por lógica intuyo que George
no ha viajado al pasado conmigo, pues de ser así no estaría ahora gobernando
una ciudad, supongo.
-Ya veo, ya. Así pues, puedo suponer que
no tiene ningún testigo.
-No, no hay más testigos aparte de mí.
-Bueno, me imagino al menos que los
resultados de los primeros experimentos con viajes temporales sí fueron de
dominio público.
-Sí, así es, todo el mundo había oído
hablar de ellos antes de la guerra pero nadie les dio mucho crédito y tras la
guerra, los viajes temporales siguieron considerándose una idea imposible de
algunos cuantos locos ingenuos, y según la mayoría, nunca se podrían llevar a
cabo.
-¿A qué locos se refiere?
-A Albert Einstein, Stephen Hawking, Richard Pool y William Clark, entre otros. Fueron ellos quienes nos dieron una nueva oportunidad.
-¿Einstein?
-¿Einstein?
-Sí, desde luego. La relatividad especial
de Einstein sentó las bases del movimiento temporal aunque ni él ni nadie en
mucho tiempo lo habían sospechado.
-¿Cómo?, ¿Podría explicárnoslo para que lo
entendamos?
-Bueno, esto será algo complicado, pero intentaré
resumirlo de la forma más sencilla posible...
Verá, en términos generales, el universo escrito
por la relatividad especial se basaba en que el espacio y el tiempo no eran
parámetros constantes, que dependían de la perspectiva del observador. Esto se
entendía y se explicaba por medio de una serie de ecuaciones en las que para su
ajuste se requería de la existencia de una constante. ¿Me sigue?
-Sí, le sigo. ¿Qué constante?
-La denominada constante cosmológica. Un
parámetro requerido para que las ecuaciones tuvieran sentido y que describía el
Universo como algo estático en el que existía una velocidad máxima permitida, los
299.792 kilómetros por segundo, es decir, la velocidad de la luz en el vacío.
Ese era el único factor que no dependía de ninguna condición de observación.
En definitiva, que la velocidad de la luz
no varía respecto al observador. Quiero decir con ello, por ejemplo, que si se
pudiera medir la velocidad de un haz de luz, el resultado sería exactamente el
mismo independientemente de si el medidor fuera estático o si estuviera en
movimiento, ¿entiende?
-Bueno… A decir verdad, he oído eso varias
veces pero sigo sin comprenderlo.
-No importa, en realidad, nadie lo
entiende. Más que nada porque no es cierto. Es el resultado de unas ecuaciones
matemáticas que hasta la época aún no habían podido refutarse. Digamos que es el
modelo matemático de la época, no hay nada que comprender, más allá de las
ecuaciones. No es posible aplicar el sentido común o la intuición perceptiva
con la física cuando se alcanzan ciertos niveles.
Con el paso del tiempo se llegó a
demostrar empíricamente que la velocidad de la luz era constante en el vacío,
al igual que se demostraron muchas otras predicciones de la relatividad.
Parecía que la teoría era correcta pero como ocurrió con la mecánica clásica,
la relatividad especial tenía límites en sus predicciones. Límites que no
tardaron en encontrarse. Y todo esto tiene mucho que ver precisamente con ese
valor inmutable de la velocidad máxima universal de la luz y con la constante
cosmológica.
-Explíquese.
-Quiero decir que ese valor de la
velocidad de la luz resultó no ser tan inmutable como parecía. Verá, todo el
mecanismo del universo planteado por Albert Einstein se basaba en principios
lógicos, racionales y totalmente precisos, en leyes coherentes e inmutables, si
se cumplía la constante cosmológica. Las ecuaciones eran correctas si se
consideraba al Universo como un ente estático. Pero resultó que el mismo Einstein
no encontraba una explicación a la existencia de ese enigmática constante. Más
allá de una explicación matemática, su presencia no tenía el menor sentido. Aunque
él mismo había llegado a ella por deducciones progresivas, no estaba satisfecho
con lo que había alcanzado y murió sin tener conocimiento de su equivocación.
Finalmente se descubrió que la relatividad no explicaba todos los fenómenos que
en principio debía explicar. Podría decirse que esto sí que es una constante en
física.
-Espere que adivine, habla de los agujeros
negros.
-Sí, efectivamente. Esos cuerpos fueron
descubiertos tras su demostración matemática. Y a pesar de ser la relatividad precisamente
la que los delató, curiosamente su posterior estudio empírico puso de
manifiesto varias incongruencias con la propia teoría que si tuviese que detallar
me llevaría dos o tres días. Esto se resolvió en parte por Stephen Hawking, quien se atrevió a concluir que los
agujeros negros no eran una excepción de la relatividad, sino la prueba de que
esta teoría no era correcta. El Universo de Hawking estaba en expansión y por
lo tanto, la constante cosmológica carecía absolutamente de sentido.
Evidentemente, fue mucho más tarde, como
ocurrió con la relatividad especial, cuándo se probó la teoría de Pool al
descubrirse que en ciertas zonas del universo se estaba creando luz de forma
espontánea, aparentemente de la nada, desde ningún cuerpo, estructura o
explosión de materia. Por lógica, a esos puntos sin masa pero luminiscentes, se
les dio el nombre de puntos de luz.
Como puede suponer, fue en ese momento,
tras descubrir la existencia de este fenómeno, cuando comenzó una
extraordinaria empresa científica cuyo éxito podía tener, como consecuencia, las
más grandes repercusiones jamás imaginadas. El estudio de los viajes
temporales.
Lógicamente, en principio se pretendía
comenzar la investigación estudiando los agujeros negros directamente y de
forma más exhaustiva. Pero era obvio que la lejanía del más cercano de ellos
era incompatible con la realización de pruebas in situ, así que se decidió
imitar a menor escala y de forma controlada las condiciones de uno de esos
cuerpos en instalaciones preparadas para ello.
Y como ahora ya sabe, tras muchas pruebas
fallidas, se consiguió finalmente enviar luz a través del tiempo. Así comenzó
la verdadera exploración de los viajes temporales y fue continuada por nuestro
equipo. Aunque esta fue truncada por la tercera, y más tarde por la cuarta
guerra mundial. A partir de ese momento, cambiar el tiempo se consideró como
nuestra última y definitiva oportunidad de continuar. Y aunque casi nadie era
consciente de aquello, esos treinta últimos años de investigación temporal
habían sido los decisivos.
El futuro que nos aguardaba tras el
holocausto era una auténtica incógnita, auque no era muy esperanzador. Pese a
todo, pocos se daban cuenta de la alarmante situación en la que nos
encontrábamos.
Nadie parecía dar mucha importancia al
aislamiento de las ciudades y a la disminución de la población humana en el
globo, y debíamos mantener ese estado durante el mayor tiempo posible, al menos
hasta que encontráramos una solución.
Entraron los médicos y los técnicos
encargados de los equipos.
Me puse cómodo mientras me rodearon con
sensores por los brazos y alrededor de mi cabeza al mismo tiempo que
programaban y ponían a punto toda la maquinaria.
Fuera, tras las pantallas, tres hombres me
observaban, eran Vincent, Peter y George, el máximo responsable del proyecto,
quien abrió la puerta y entró con paso firme en la habitación.
George vestía un traje blanco y llevaba puesta una corbata gris. Era un
hombre mayor, serio y de gran talla, solía infundir un gran respeto a todo el
mundo, tanto por su personalidad como por su aspecto. Denotaba seguridad,
paciencia e impasibilidad. Le gustaba el corte clásico y siempre parecía usar
la misma ropa, aunque esta la llevaba siempre impecablemente limpia.
-Hola John. ¿Qué tal está hoy?
-La verdad es que he estado mejor
-respondí- Pero estoy bien de todas formas, teniendo en cuenta las
circunstancias, gracias.
-Bien, escuche, esta es la prueba final.
Intente relajarse. No le enviaremos al pasado todavía. Antes le transportaremos
al futuro, unos cinco minutos. Si funciona estará listo para que realice su
misión.
-¿Y si no funciona? -me atreví a
preguntar.
-Funcionará.
Confíe en ello -dijo con serenidad, apoyando una mano sobre mi hombro.
-George Stiward era
la razón por la que el Consejo había aprobado el proyecto y también era una de
las razones por la que yo había aceptado aquel trabajo. Su temple, su calma y
su perseverancia siempre le había hecho merecedor de mi confianza y de la de
muchos otros. Era un hombre seguro de sí mismo y parecía ser capaz de controlar
toda situación posible. Pero también era consciente de que esa situación era
muy extraordinaria.
Su
aspecto complementaba perfectamente con su personalidad. Pelo gris, un bigote
espeso y unos ojos calculadores que transmitían la idea de que prestaba la
máxima atención a su alrededor y lo analizaba todo con extremo detalle.
Era un hombre serio y sereno, y estaba
convencido de lo que hacía. Mostraba siempre una abrumadora seguridad en todo
momento. No había duda alguna de que él era la persona indicada para dirigir la
empresa.
Asentí sin pronunciar palabra.
-Bien chico, suerte. La necesitaremos
todos -y se alejó dejando paso de nuevo a los técnicos y doctores que
terminaban de poner a punto los equipos médicos.
Finalmente estos también se fueron y
cerraron la compuerta. Oí el cierre electrónico y al instante, las máquinas de
alrededor comenzaron a funcionar autónomamente.
Oí ruidos y bips intermitentes, se
encendieron las pantallas y justo enfrente vi mi pulso representado en una
pared. Fue entonces cuando, por primera vez, comencé a ponerme realmente
nervioso. Una jeringuilla se acercó a mi brazo izquierdo aproximada por una
extensión mecánica y en cuestión de segundos comencé a verlo todo borroso,
incluido a George, quien desde el exterior de la sala, frente al interfono, me
decía algo referente a mantener la calma y de tener fe. Un solo pensamiento
pasó por mi mente antes de quedar totalmente dormido; yo no era capaz de tener fe
en nada.
-Hasta pronto -alcancé a oír. Tras lo cual
se hizo el silencio absoluto y me rodeó la más completa oscuridad.
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